De opinión

En Belén con los pastores

Por Néstor Estévez

¡Llegaron los “bre”! Es una expresión usada para vincularnos con la recta final del año. No sería extraño que ya la hayamos escuchado y hasta pronunciado en estos días. De hecho, más allá de la simple expresión, en el comercio es notable que se han apertrechado de cara a obtener el mejor aprovechamiento en lo que queda de este 2023.

Pero más que al socorrido período, el título de este breve escrito está orientado a lo que muchos llaman “estar en babia, distraído, embobado, sin enterarse de la realidad. Para ponerlo todavía más llano, es ese estado que facilita que se nos encuentre “asando batatas”.

Por cierto, Babia es una comarca ubicada en la zona montañosa de León, en España. Cuentan que a ese lugar se debe la expresión “estar en babia”, por ser zona escogida desde hace mucho tiempo por quienes quieren apartarse de ajetreos y lograr real desconexión.

Similar ocurre con eso de estar “en Belén con los pastores”. Así se dice cuando uno no se percata de lo que ocurre a su alrededor, o de lo que se habla en una conversación, porque está distraído, embobado, ensimismado o sencillamente “en su mundo”.

Así nos podría estar ocurriendo con las aspiraciones políticas con vistas a las elecciones del próximo año. Hay muchísima gente, incluyendo políticos, “en babia”. Los encontramos, independientemente del tamaño de los partidos, en los aprestos de cara a “buscarse lo suyo” en febrero y en mayo. En ese “jueguito” hay quienes destacan por ciertas habilidades mientras otros parecen destinados a servir, sin saberlo ni proponérselo, a los intereses de los primeros.

Por eso encontramos a muchos organizando, directa o indirectamente, eventos abiertos y actividades similares que involucren a potenciales votantes. Ni decir de todo el despliegue en redes sociales, a modo de ágora en donde mucha gente se siente “convencida” de que discurre la vida real.

A eso se suma lo que ocurre en los denominados medios tradicionales, muchos de los cuales se han dedicado a “caerle atrás” a lo que pautan las redes sociales virtuales.

En suma, nos ha correspondido vivir una especie de manifestación fehaciente de lo descrito por Guy Debord, en su obra La société du spectacle (“La sociedad del espectáculo”, en español), o por Vargas Llosa, en su ensayo La civilización del espectáculo. Desde el lugar otorgado a la mercancía, como colonizadora de los individuos y las relaciones sociales, hasta esa banalización que nos lleva hacia la nada son fieles estampas de una generalidad “en Belén con los pastores”, contadísimos maquinadores dispuestos a sacar provecho al precio que sea, y unos cuantos “convencidos” de que lograrán dos cosas: escapar del primer grupo y ser asimilados como nativos en el segundo.

Algunos han logrado “descubrir”, a la luz de lo planteado por Daniel Kahneman, en Pensar rápido, pensar despacio, que “una manera segura de hacer que la gente se crea falsedades es la repetición frecuente, porque la familiaridad no es fácilmente distinguible de la verdad”. Eso ha abierto un amplio campo para que las emociones estén pautando todo tipo de decisiones y hasta de acciones sin el más mínimo nivel de racionalidad.

Con tal de entretener, hasta aquella estrategia atribuida a los mercaderes de una famosa bebida gaseosa, esa que plantea “no importa que hablen mal, lo importante es que hablen de nosotros”, se ha generalizado como recurso para colmar la diversidad de medios que condicionan el devenir actual.

Eso explica que se apele a hacer de dominio público temas que, en sociedades con criterios esclarecidos, son exclusivamente privados. De manera escandalosa, la inmensa mayoría de la gente no logra ver más allá de generar controversia y debate como vía para lograr visibilidad y atención.

En medio de tanta desorientación, quien todavía se considere a tiempo podrá encontrar apoyo en lo recomendado por el filósofo e investigador José Antonio Marina. Él ha dicho que necesitamos desarrollar esas funciones ejecutivas que nos permiten controlar los impulsos, hacer planes, y focalizarlos. El estudioso concluye con un vehemente llamamiento: “ayudar a adquirirlas es una de las mayores responsabilidades de la sociedad”.

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